Hoy se cumplen 51 años de la muerte de John William Cooke, resulta risueño ver que su nombre y apellido escritos en Ingles, estén ligados a la lucha por la liberación.
Cooke fue un protagonista destacado de nuestra historia política por varias razones. En primer lugar, porque en su llegada al peronismo, se puede entrever la propia constitución del peronismo como confluencia de fuerzas (recordemos que su padre Juan Isaac venía del radicalismo). En segundo lugar, porque su protagonismo reaparece en momentos donde el peronismo entra en una etapa de redefiniciones posterior al derrocamiento de Perón en 1955.
Cooke, fue de esos pensadores “en caliente”, un protagonista de los acontecimientos, capaz de elaborar también una fructífera producción escrita (que atraviesa desde el análisis de la coyuntura política hasta el revisionismo histórico).
Mucho se ha escrito sobre él, varía según el pelaje de quien empuña la pluma. Se ha escrito sobre su relación con Perón, que luego de su derrocamiento lo designa como su delegado personal. De su rol en la resistencia peronista. Del distanciamiento con varios dirigentes de la resistencia. De su distanciamiento con el propio Perón. De su acercamiento a la experiencia de la Revolución Cubana y al Che Guevara. De su reinterpretación del peronismo a la luz de sus propias experiencias. Del trágico final de Alicia su compañera.
Hoy en un nuevo aniversario de su muerte, se hace necesario pensar su legado a partir de aquella reflexión, en donde sostenía que “Cuando culmine el proceso revolucionario argentino, se iluminará el aporte de cada episodio y ningún esfuerzo será en vano, ningún sacrificio estéril, y el éxito final redimirá de todas las frustraciones.”. No es casual elegir esta frase entre tantas. Hoy la coyuntura nos exige dejar de lado los sectarismos, recordando al gran educar brasileño Paulo Freire cuando sostenía la necesidad de unir a los diferentes para luchar contra los antagónicos.
Juan Manuel Granero