Ruidazos: Cuando el fuego crezca.

La Quinta de Olivos está ubicada en un barrio acomodado de la Zona Norte del Gran Buenos Aires. Es viernes, son las ocho de la noche y, aunque estamos a principio de febrero, ya es noche cerrada. Estaciono en una calle empedrada a una cuadra y media de la Avenida Maipú. Adentro del auto, con las ventanas bajas, todo es silencio. Sin embargo, cuando abro la puerta me llega un sonido que no concuerda con el lugar. Un ruido desparejo, disonante, en el que se mezcla el metal contra el metal junto a las cornetas y las bocinas de autos y colectivos.

Frente al ingreso a la quinta presidencial hay cerca de cien personas que ocupan la vereda y una parte de la avenida. La cantidad de patrulleros que los rodean es totalmente desproporcionada para la ocasión. De cerca se puede ver que la mayoría de los protestantes son gente mayor. Parecen no tener otra intención que hacerse oír y lograr que los conductores que pasan por la avenida los acompañen con la bocina.

Es la segunda vez que participo de los ruidazos de los viernes. La primera vez había llovido y los participantes no pasaban de los cincuenta. La poca concurrencia tiene lógica si pensamos que se trata, en su mayoría, de gente mayor. Hoy llego a contar ochenta. Mientras hago el conteo de los asistentes, alguien me pide una foto con su celular y aprovecho para preguntar si la cantidad de gente fue en aumento con el correr de los viernes.

-Algunos días somos más, otros días somos menos, pero va creciendo de a poco. – Una señora se acerca y me ofrece agregarme a un grupo de Whatsapp.

-Todos los sábados estamos poniendo una mesa en el barrio para hablar con los vecinos contra el tarifazo.

Me preguntan si es la primera vez que participo. Les cuento mi situación y los advierto de que soy el hijo del hombre que toca una corneta y agita una bandera argentina y de la señora que anda dando vueltas y haciendo ruido con una pizzera oxidada que encontró en la calle y un palo que usaron alguna vez para revolver pintura.

-Por suerte, falta poco para que se vaya- dice la señora. Yo la miro, poco convencido de que se cumpla su deseo, que también es el mío.

-¡Sí, se va a ir!

Un señor que observa con las dos manos juntas detrás de la espalda, me dice con tono pesimista:

-Esto no funciona, hay que buscar otro método. Somos dos gatos locos.

-Dejate de joder – le grita un hombre canoso,- cada vez somos más.

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El primer ruidazo durante el gobierno de Mauricio Macri fue en julio de 2016, pocos meses después de su asunción. La gente salió a la calle y se reunió en las cercanías del obelisco, en la Quinta de Olivos y en otras ciudades importantes como Rosario, Córdoba o Mar del Plata.

A pesar de la lluvia y el partido de Boca contra Independiente del Valle esa misma noche por la Copa Libertadores, los argentinos salieron de sus casas a protestar, principalmente contra el tarifazo.

Los cacerolazos, que simbolizaron el comienzo de los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001, durante el gobierno de Cristina Fernández quedaron asociados a la reacción de la clase media y alta contra el kirchnerismo. Después de cada cacerolazo que se realizaba, los medios afines al gobierno kirchnerista se apuraban a mostrar fotos y videos de gente rabiosa, algo desconectada de la realidad, insultando y agraviando. Por ese motivo, con el tiempo se popularizó el término “ruidazo” para denominar estas mismas protestas en tiempos de Macri. La intención era diferenciarse.

Los ruidazos se organizan por las redes sociales. Alguien tira la primera piedra desde Twitter y crea una ola imparable. Los ruidazos se viralizan bajo el formato que se instaló después del atentado a las Torres gemelas de Nueva York: se difunden en redes como #12M, #4F, #20N o #17D.

Sin embargo, desde el último viernes de 2018 los ruidazos empezaron a organizarse todos los viernes.

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-Ustedes mucho blabla, pero no hacen nada, -le dice mi viejo a mis amigos que lo chicaneaban diciéndole que es un cacerolero de clase media. Yo recién salgo de bañarme. Mis viejos pasaron por casa a saludar a su nieta. Están de paso. – Hay que moverse, hay que salir a la calle, sino se queda todo en la queja y nada más. Se la dan mucho de peronistas, pero se la pasan todo el tiempo con la computadora.

-Eso, cagalos a pedos, che, -digo cuando entro al comedor.

-Son una familia cacerolera, -se burla uno de mis amigos.

-Escuchame, eso es lo que realmente les jode. Les jode tener quilombo en Olivos. Que salga gente de clase media a protestar. Para ellos eso es terrible. Que se yo, no es la revolución, pero al menos es algo.

El viernes siguiente llueve a cántaros y, mientras yo estoy en casa, mis padres mandan fotos por Whatsapp del ruidazo bajo de la lluvia. Pocos días después le pregunto a mi viejo cuantos eran.

-Pocos, pero la mayoría de los que van son viejos, así que era lógico.

-¿Se quedaron hasta las nueve?

-Claro, ¡eso es militancia carajo! Esta vez fue un tipo que estuvo en Malvinas. En un momento se puso a gritar: “Macri hijo de puta, estás vendiendo todo. Yo di todo por la patria y vos estás entregando todo”.

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El primero de marzo Mauricio Macri abre las sesiones ordinarias del Congreso. El centro de la Ciudad de Buenos Aires amanece vallado y repleto de gendarmes y policías. Calles cortadas y subtes que no llegan a la terminal. Nada inusual en la Ciudad, pero en este caso debido a que el presidente tendrá que transportarse en auto desde la Casa Rosada hasta el Congreso para dar un discurso que saldrá por cadena nacional, como manda la ley. Durante cuarenta y cinco minutos brinda un discurso que debería hacer hervir la sangre de cualquier argentino laburante.

Es viernes y esa noche habrá un nuevo ruidazo. En esta ocasión llega a la Plaza de Mayo.

Ámbito Financiero, dice:

La Plaza de Mayo fue el escenario principal de un nuevo «ruidazo», en el que cientos de manifestantes se congregaron para cuestionar al Gobierno por los aumentos de tarifas de servicios públicos y por la dura situación económica.

La protesta se dio horas después de que el presidente Mauricio Macri inaugurara las sesiones ordinarias del Congreso, ocasión en la que subrayó: «Estamos mejor que en 2015».”

Crónica, con un estilo más directo y descontracturado, relata:

“La protesta se realizó horas después de que el presidente Mauricio Macri inaugurara las sesiones ordinarias del Congreso (ver páginas 2, 3 y 4). Tal como se viene haciendo todos los viernes en distintas esquinas y espacios verdes de la ciudad de Buenos Aires, el conurbano y el interior del país, la Plaza de Mayo se vio colmada de manifestantes que se acercaron para quejarse airadamente contra los “tarifazos” en los servicios públicos, así como también por el aumento de la pobreza y el desempleo.
Este tipo de manifestaciones ya se viene realizando desde el último viernes de 2018 en distintos barrios porteños y de varias ciudades y localidades de toda la Argentina, aunque para ayer diversos espacios habían convocado a llevar adelante la movilización a la histórica plaza. “

TN, tratando de bajarle al precio a la protesta, informa:

“Decenas de personas salieron a marchar en las calles de la Ciudad y de gran parte del conurbano bonaerense ante los aumentos de tarifas que dispuso el Gobierno para este año. Es el décimo viernes consecutivo en el que varios manifestantes se reúnen para protestar contra las medidas económicas anunciadas por el equipo de trabajo que conduce Mauricio Macri.”

En la vereda contraria, Página 12 escribe:

“Una multitud se movilizó ayer a Plaza de Mayo como cierre de un nuevo “ruidazo nacional” contra las políticas económicas del gobierno de Cambiemos. La protesta se replicó en diferentes barrios porteños y ciudades del país, y tomó la forma de una respuesta al discurso del presidente Mauricio Macri ante el Congreso durante la apertura de las sesiones ordinarias.”

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Vivimos en una etapa en la que creemos que nuestra opinión importa demasiado. Nos apresuramos a decir nuestra verdad. Pareciera que el parecer de un tipo formado e informado vale lo mismo que el de cualquier otro.

Discutimos en persona y por internet sobre aspectos de la política que nos son ajenos y lejanos, lo cual no está mal. Pero no hay que olvidar lo que tiene de real, de cercano, salir a la calle.

Eso, entiendo, es lo que encontró la gente que sale a protestar haciendo ruido todos los viernes. Una manera de hacer algo en el mundo real. Algo que está a su alcance. Romper el letargo.

 

Sebastián Pujol

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