No seamos como ellos. Guía práctica para evitar la lacra.

“Máximo Kirchner y Nilda Garré tienen guita negra en una cuenta en suiza”, “Boudou se llevó dos bolsos con guita a Carmelo”, “Kicillof cobra medio palo por mes en el directorio de YPF”, “El velorio lo organizó fuerza bruta”, “Cristina tiene una veintena de hombres que mantiene en dólares para tener sexo”, “La cámpora está armada”, “Pablo Escobar era íntimo de Nestor y Cristina”, “los frenos no andaban” y así, todos los días, todo el día. Siempre. Sin fundamento, sin pruebas y sin ponerse colorados. Con una mano levantan el dedito de la moralina y con la otra revolean mierda para todos lados. Ahora resulta que el conductor de Animales Sueltos, una usina fundamental del ventilador de heces televisado de la farándula mediático política de la inteligencia desocupada de esta gloriosa patria, es salpicado por la ignominia. Ay, fatalidad! Lo acusan nada menos que de pedófilo, violín, bufarrón y putañero. El conductor, como corolario pascual, descubre el vocablo “operación” y reclama, con justa razón, que no se lo acuse sin pruebas. La mesa está servida.

Empecemos por el principio: Animales Sueltos es un programa en donde se juntan un periodista deportivo, dos cómicos y un mediático a ver quién se babea más arriba del culo de la vedette de turno mientras charlan de chupi y de nerpo. Todo muy distinguido. Un buen día, ese café fashion devaluado cambia Coco Sily por Edu Feinmann, Matias Alé por Edi Zunnino y culos por expedientes judiciales, convirtiendo el cotolengo de la vedetonga en la mesa de la política trasnochada. Donde antes se cosificaban mujeres y se revoleaban anécdotas sexuales ahora se educan en política y derecho penal los laburantes de nuestro país. ¿Podemos inferir entonces que el congreso es un puterío y la justicia es un garito? Podríamos. Bien podríamos. Al menos así se trata a estas instituciones en el programa del bueno de Alejandro.

La referencia de origen es apenas una semblanza, no representa un juicio de valor ni una sentencia. Se han convertido centros clandestinos de tortura en espacios de memoria, prostíbulos en salitas, iglesias en bingos, en fin. El asunto es lo que en ese ex prostíbulo mediático se discute como información y el rigor con que se ejerce el “periodismo”. La sinécdoque que encabeza este escrito es tan solo eso, una parte de este todo. Un Vasito de este inmenso océano de falacia y mentira que gobierna el sentido común de “lajente” por gestión de rosqueros y operadores que en animales sueltos ya forman parte del decorado. El dilema, compañeros y compañeras, amigos y amigas, es sumarse al expendio de fruta podrida o ser mejores. Es estar de este lado o del otro. La tentación es enorme porque Fantino es, para quien escribe, uno de los especímenes más despreciables de lo que defino como “el enorme alarido pelotudizante”. Su falsedad campechana y su ignorancia supina me dan urticaria. Su tono de falsa modestia, su porte de tenista, su cortecito de “milico con onda”, su muletilla “explícamelo para mi tía sarita que está en el medio del campo viéndote” que grita “los que miran este programa son todos pelotudos”. Fantino es la pelusa que se apila en el bidet, es la heladera que te congela la birra, es todo lo que está mal. Tengo sueños húmedos donde el pueblo se despierta de su siesta en boludilandia y rebalsado de conciencia de clase toma las armas y se lleva puestos a todos los fantinos de este mundo horrible, idiota, capitalista, desalmado y cruel. Pero el tema no es mi perversión personal, mi pequeña polución. El tema es otro. Ser de los buenos o de los malos. Y la grieta es esa: de un lado los que bombardean la plaza, del otro los que meten los pies en la fuente. De un lado los que reclaman por sus derechos laborales y del otro los que fusilan peones. De un lado los que escrachan VIVA EL CÁNCER y del otro los que sueñan el hospital de niños en el Sheraton hotel. De un lado los que vociferan y del otro los que investigan. En definitiva, de un lado los fantinos y del otro nosotros. Entonces no hay que ser como Fantino. No hay que repetir como loritos porque salió en la tele. No hay que retuitear sólo lo que nos gustaría que sea. No hay que creerle al falopa de Leo Fariña como tampoco hay que creerle al falopa de Jaitt. Porque si Fantino fuera preso sin juicio y lo pasaran a valores por violeta nuestro sueño de una patria más justa, más libre y más hermosa quedaría, otra vez, más cerca del sueño que de la vigilia. Que Fantino es un hijo del culo me consta en el alma. Que Fantino es violín, bufarra y putañero no. No me consta y, por ahora, no le consta a nadie. Hasta entonces, la guía es clara y la conducta es sencilla. Si ellos lo hacen así, nosotros obraremos de otro modo. Porque no somos lo mismo.

Alejandro Di Paola

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